Hace unas semanas nos enteramos por La Nación de que la UBA firmó un convenio con el Centro de Administración de Derechos Reprográficos (Cadra) por el cual, a cambio de unos $ 3.816.000 anuales, Cadra otorga una licencia de reproducción parcial (un 20% como máximo) de obras literarias y científicas “administradas por Cadra y protegidas por el derecho de autor”. Días después, el diario de los Mitre (bah, de los Saguier) editorializó a favor de extender este tipo de acuerdos a "otros ámbitos estudiantiles".
Salvo la Tribuna de Doctrina, la nota tuvo poca repercusión. Daniel Link publicó esta columna en Perfil, señalando que el monto destinado al acuerdo es igual al "equivalente de algo así como sesenta rentas anuales de docentes-investigadores con dedicación exclusiva, tomando el cargo de Profesor Asociado como testigo. O, si se prefiere, el 4 por ciento del presupuesto total que la UBA destina a salud (el funcionamiento de los hospitales de Clínicas, Roffo, Lanari, Vacarezza y Odontológico)".
Además, Link puso en duda el modo en que Cadra va a distribuir la gran candidad de dinero que comenzará a recibir gracias a los acuerdos: "En la práctica, es imposible saber cómo CADRA (que en junio de 2005 se pronunció en contra del movimiento denominado Open Access, Acceso Abierto) liquidará a los autores cuyos derechos pretende (falsamente) defender, el porcentaje correspondiente de las sumas millonarias que engrosarán sus arcas".
A eso se le suma un dato más, aportado por la desinformada autora del artítulo de La Nación, Susana Reinoso: los autores más perjudicados están todos muertos. Freud, Marx, Foucualt... Falsamente, Reinoso agrega algunos nombres vernáculos, como Sarlo, Klimovsky, Verón y el antropólogo argentino de exportación Néstor García Canclini. Todos esto, "según un relevamiento de la Cámara Argentina del Libro". Y si aún no llegaron a conmoverse, tres oraciones que impactarán de lleno en el corazón: "Para comprender el impacto que la fotocopia tiene sobre el libro, basta un ejemplo. En 1973, un sello de libros jurídicos vendía en la Feria del Libro de Buenos Aires 10.000 ejemplares. En 2009, entre 800 y 1000".
Pues bien: Reinoso tiene razón, efectivamente "los libros científicos, técnicos y médicos son los que más sufren". Se olvida, eso sí, de decir que son los más caros. Y que muchos de ellos fueron escritos gracias a becas e incentivos otorgados por el Estado (Conicet, Agencia Nacional de Ciencia y Técnica, universidades, etc.). Y olvida, también, que en esos casos está comprometido "el conocimiento" -y su avance-, tal como lo entiende cualquier doña de barrio, y que eso es un poco diferente que el último libro de Rolón.
Y aunque fuera el último libro de Rolón, esta vez acordamos con Link en oponernos a estos "intereses sectoriales retrógrados". La discusión por los derechos de autor no puede hacerse sobre la base de anacronismos tales como los que La Nación y Cadra elevan a verdades. Por eso, este blogger (y no digo este blog, porque todavía no lo consulté con Freddy, pero sé que tengo el apoyo de Selva) llama a violar con énfasis, entusiasmo, alegría y ahínco la ley 11.723.
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